Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.”
Romanos 8:30
Notas de sermón:
Todos hemos pecado y hemos dejado (miserablemente) de honrar la gloria de Dios (Romanos 3:23). Nuestros corazones son sumamente engañosos y están desesperadamente corruptos (Jeremías 17:9). Estamos ciegos por el dios de este siglo (2da a los Corintios 4:4). Estamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1-5) en la vanidad de nuestra mente, entenebrecidos en el entendimiento, excluidos de la vida de Dios por causa de la ignorancia que hay en nosotros, por la dureza de nuestro corazón (Efesios 4:17-18). Somos hijos de ira por naturaleza (Efesios 2:3) y la ira de Dios descansa sobre nosotros a causa de nuestra depravación (Juan 3:36).
Según se utiliza en Romanos 8:30 la justificación es la declaración de Dios (a un pecador arrepentido) de que todos sus pecados son perdonados, que ha sido absuelto, que la ira del juez es removida y que quien antes era pecador ahora es justo ante Dios. Dios anuncia que algo ha sido quitado y algo ha sido añadido. Los pecados son quitados, y una nueva justicia es dada. Una comprensión correcta de la justificación es absolutamente esencial para toda la fe cristiana. Después del llamamiento eficaz y de la respuesta que inicia de nuestra parte, el paso siguiente en la aplicación de la redención es la «justificación». Pablo menciona aquí que esto es algo que Dios mismo hace: «A los que llamó, a éstos también justificó».
I. LA JUSTIFICACIÓN INCLUYE UNA DECLARACIÓN LEGAL DE PARTE DE DIOS.
Wayne Grudem lo explica así: El uso de la palabra justificar en la Biblia indica que la justificación es una declaración legal de Dios. El verbo justificar en el Nuevo Testamento (gr. dikaioo) tiene una variedad de significados, pero el sentido más común es el de «declarar justo». Por ejemplo, leemos: «y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan» (Lc 7: 29, RVR 1960).
Por supuesto, el pueblo y los recaudadores de impuestos no hicieron a Dios justo: sería imposible que alguno de nosotros pudiera hacerlo. Más bien ellos declararon que Dios era justo.
Este es también el sentido del término en pasajes donde el Nuevo Testamento habla acerca de que nosotros hemos sido declarados justos por Dios (Ro 3: 20, 26, 28; 5:1; 8: 30; 10: 4; Gá 2:16; 3: 24). Este sentido es particularmente evidente, por ejemplo, en Romanos 4:5: «Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia (RVR 1960).
Pablo no puede estar diciendo que Dios «hace que los impíos sean justos» (al cambiarlos en su interior y hacerlos moralmente perfectos), porque entonces ellos tendrían méritos u obras propias de las que depender. Más bien, él quiere decir que Dios declara que los impíos son justos ante sus ojos, no en base de sus buenas obras, sino en respuesta a su fe. La idea de que la justificación es una declaración legal es también bastante evidente cuando se contrasta la justificación con la condenación. Pablo dice: «¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?» (Ro 8: 33-34). «Condenar» a alguien es declarar que esa persona es culpable. ¿Qué significa, pues, la justificación? Es una declaración legal de parte de Dios de que somos justos ante Él. Es un acto puntual en el cual el creador del mundo, en su capacidad de juez, declara que somos aceptables y dignos de estar en su presencia. Si somos honestos, deberíamos reconocer que no somos dignos por méritos propios de tal declaración divina. De hecho, nuestras vidas a menudo se caracterizan más bien por la injusticia. Pablo sabe esto y precisamente por eso dice que nadie es digno en sí mismo de ser justificado por Dios: “Como está escrito: ‘No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Romanos 3:11-12)
II. DIOS DECLARA QUE SOMOS JUSTOS ANTE SUS OJOS.
En la declaración legal de Dios de la justificación, declara específicamente que somos justos ante sus ojos. Esta declaración abarca dos aspectos. Primero, significa que declara que no tenemos que pagar un castigo por el pecado, incluyendo los pecados pasados, presentes y futuros. Cuando el espíritu santo nos regenera y nos aviva a la vida espiritual esta acción da como resultado el despertar del alma a la fe salvadora. El fruto de esta fe es la justificación. En el momento en que abrazamos a Cristo por fe, Dios nos declara justos. No somos justos porque hayamos llegado a ser instantáneamente santificados; SOMOS JUSTOS porque los méritos de Cristo son imputados a nuestra cuenta. Dios nos considera justos en Cristo mientras en nosotros mismos aun estamos contaminados por el pecado.Somos justos en Cristo, a través de Cristo y por Cristo mientras todavía luchamos por nuestro pecado, la justificación solo por fe significa justificación solo por Cristo.
III. DIOS PUEDE DECLARAR QUE SOMOS JUSTOS PORQUE NOS ATRIBUYE LA JUSTICIA DE CRISTO.
Cuando decimos que Dios nos atribuye la justicia de Cristo queremos decir que Dios ve la justicia de Cristo como nuestra, o considera que nos pertenece a nosotros.
Él lo acredita en nuestra cuenta. Leemos: «Creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia» (Ro 4:3, citando Gn 15:6). Pablo explica: «Al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia. David dice lo mismo cuando habla de la dicha de aquel a quien Dios le atribuye justicia sin la mediación de las obras» (Ro 4: 5-6). De esta manera la justicia de Cristo viene a ser nuestra. Pablo dice que nosotros somos «los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia» (Ro 5: 17). Ahora nos hemos encontrado con la idea de atribuir culpa o justicia a alguien.
Primero, cuando Adán pecó, su culpa nos fue imputada a nosotros; Dios el Padre lo vio como que nos pertenecía y, por tanto, lo hizo.
Segundo, cuando Cristo sufrió y murió por nuestros pecados, nuestro pecado le fue imputado a Cristo; Dios lo vio como que le pertenecía, Y Jesús pagó el castigo correspondiente.
Ahora vemos en la doctrina de la justificación algo similar por tercera vez. La justicia de Cristo es adjudicada a nosotros, y, por tanto, Dios considera que nos pertenece. No es nuestra propia justicia sino la justicia de Cristo la que nos acreditan. Por eso Pablo puede decir que Dios hizo que Cristo fuera hecho «nuestra sabiduría, es decir, nuestra justificación, santificación y redención» (1ª Co 1: 30).
Y Pablo dice que su meta es ser encontrado en Cristo, pues no quiere su «propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe» (Fil 3: 9). El apóstol sabe que la justicia que tiene delante de Dios no está basada en algo que él haya hecho; es la justicia de Dios que nos viene por la fe en Cristo Jesús (ef. Ro 3:21-22). ¿Está seguro de que Dios lo ha declarado a usted ( ¿no culpable para siempre ante sus ojos?) ¿Sabe que lo que ha ocurrido en su propia vida? Ahora es el momento para que deposite su fe en Cristo y su sangre nos justifique delante de Dios y nos permite entrar en el cielo.