Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas.”
Salmo 63:1
By Pastor Juárez
El mundo parece un desierto agotador, y el hombre que confía en Dios, anhela las bendiciones del cielo, de la que tiene algunos anticipos en las ordenanzas de Dios sobre la tierra. En la Escritura, el desierto representa los momentos de luchas y pruebas en la vida del creyente. En su oración David declaró: ”Dios, Dios mío eres tú.” A pesar de que sentía una gran necesidad de Dios, David quería proclamar que no había otro dios en su vida; nadie más ocupaba ese lugar.
Todos en algún momento hemos sentido sed en nuestra boca y sabemos que esa sed es una necesidad de agua y nada más la puede saciar. De la misma manera el alma también experimenta una sed, sed por la presencia de Dios. Nada más en esta vida podrá saciar la sed de Dios en nuestros corazones, sin embargo; tratamos de saciar la sed de nuestro interior con otras cosas. Nos dejamos engañar del enemigo quien nos hace creer que no es sed de Dios lo que sentimos, sino una necesidad de satisfacer nuestros deseos carnales, como posesiones, o reconocimiento, entre otras cosas.
Pero el que conoce a su Dios no será confundido jamás, y podrá decir como David, “mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.” (Salmo 42:2)