Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
Mateo 16:14
Notas de sermón:
Los oficios son las ocupaciones que desempeña un ser humano a lo largo de su existencia. Hay personas que saben un único oficio, por ejemplo; pueden ser mecánicos, ingenieros, arquitectos, o cocineros. Si esto es cierto, no es menos cierto que hay personas que logran de manera empírica aplicar varios oficios y de ellos viven, se sustentan, sustentan su familia y logran sus ahorros. Estos pueden pintar y ser ebanista y carpintero al mismo tiempo. Otros pueden ser fontaneros, albañiles y carpinteros al mismo tiempo. Todo ser humano en esta tierra tiene uno o varios oficios. Jesús tuvo muchos oficios, estos oficios fueron de alguna manera el sometimiento del Hijo a la Voluntad del Padre. Entiéndase por oficios las ocupaciones que tuvo Jesús o los papeles que desempeñó. Estos papeles, títulos o funciones pueden ser, entre otros, así como lo mencionan los maestros de la escritura: Redentor, Cristo, Profeta, Sacerdote, Rey y Carpintero (en el orden Humano). Cristo, como Mediador, ejerce un oficio triple que corresponde a la necesidad de nuestra naturaleza. Como Profeta remueve nuestra ignorancia, como Sacerdote trata con nuestro pecado y culpa, y como Rey sojuzga nuestra rebelión y gobierna nuestros corazones. Cristo reúne en si las tres dignidades o cargos. Jesús es el Cristo-Profeta, que ilumina a las naciones: el Cristo-Sacerdote que se ofrece como sacrificio de las naciones; el Cristo-Rey que gobierna a todas las naciones.
Veamos brevemente como por medio de las escrituras, muestra claramente a Jesús que reunía en sí los tres oficios, dignidades o cargos, Y que habla la Biblia en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, con referencia al Señor Jesucristo como Profeta, Sacerdote y Rey. Había tres oficios principales en el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento: El de profeta (como Natán, 2ª S 7: 2); el de sacerdote (como Abiatar, 1ª S 30: 7), y el de rey (como el rey David, 2ª S 5:3). Estos tres oficios eran distintos. El profeta comunicaba el mensaje de Dios al pueblo; el sacerdote ofrecía los sacrificios, las oraciones y alabanzas a Dios en nombre del pueblo; el rey gobernaba al pueblo como representante de Dios.
I. CRISTO COMO PROFETA
Moisés predijo que un profeta como él mismo sería levantado por Dios (Deuteronomio 18:15). Aparte de los otros cumplimientos que esto pudiera haber tenido en la sucesión de los profetas del Antiguo Testamento, su cumplimiento final fue en Jesucristo, a quien se le identifica como ese Profeta (Hechos 3:22–24). Las personas comunes en los días de Cristo lo reconocieron a Él como un Profeta, con tanto entusiasmo que los principales sacerdotes y los fariseos temían represalias si
Tomaban alguna fuerte acción contra el Señor (Mateo 21:11, 46; Juan 7:40–53). Además, le llamaban Rabí (1:38; 3:2), no porque había sido entrenado formalmente, sino porque reconocieron la calidad de Su enseñanza. El Señor tu Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo. A él sí lo escucharás. Eso fue lo que le pediste al Señor tu Dios y me dijo el Señor: «Levantaré entre sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande». (Dt 18: 15-18) Sin embargo, cuando estudiamos los evangelios vemos que a Jesús no se le ve primariamente como profeta ni como el profeta como Moisés, aunque hay referencias ocasionales a este efecto. Con frecuencia los que llaman a Jesús un «profeta» conocen muy poco acerca de él. A cerca de Jesús: «Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16: 14; Lc 9: 8). Cuando Jesús resucitó al hijo de la viuda de Naín, las personas estaban atemorizadas y dijeron: «Ha surgido entre nosotros un gran profeta» (Lc 7: 16). Características de un profeta Era la voz de Dios en la tierra
Exhortaba al pueblo a que cambiara su forma de vida
Revelaba la voluntad de Dios al pueblo
Hablaba del futuro de la nación
Moisés predijo que un profeta como él mismo sería levantado por Dios (Dt 18:15).
El cumplimiento final fue en Jesucristo, a quien se le identifica como ese profeta (Hechos 3:22-24).
La gente reconoció a Cristo como profeta (Mat 21:11,46; Juan 7:40-53)
Él mismo también declaró ser un profeta (Mat 13:57; Lucas 4:24)
Su ministerio como profeta fue autentificado en dos maneras:
1. Por el cumplimiento de algunas de sus profecías.
2. Por los milagros y eventos sobrenaturales que seguían a Cristo, lo cual daba evidencia a las personas de que verdaderamente era un profeta.
La profecía de Jesucristo estaba sujeta a los mismos principios de validación profética de la antigüedad.
Es decir, se tenía que cumplir todo lo que decía a cabalidad,
En ese sentido, se cumplió todo lo que dijo y muchas cosas se cumplirán en el futuro.
Jesucristo está activo como Profeta: anuncia la voluntad de Dios, ilumina el pasado, pone de manifiesto lo oculto, muestra el camino de la vida y promete lo que acontecerá en el futuro. Sus enunciados son válidos para toda la eternidad: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mr. 13:31).
II. CRISTO COMO SACERDOTE
En el Antiguo Testamento, los sacerdotes eran nombrados por Dios para ofrecer sacrificios. También ofrecían oraciones y alabanzas a Dios en nombre del pueblo.
Mediante su ministerio «santificaban» al pueblo o le hacían aceptable para acercarse a la presencia de Dios,
El sacrificio que Jesús ofreció por los pecados no fue la sangre de los animales como los toros o machos cabríos: «Ya que es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados» (He 10: 4). En su lugar, Jesús se ofreció a sí mismo en sacrificio: «Si así fuera, Cristo habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Al contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo» (He 9: 26).
Fue un sacrificio completo y definitivo, que nunca habrá que repetirse.
Jesús cumplió todas las expectativas que fueron prefiguradas, no solo por los sacrificios del Antiguo Testamento, sino también por medio de la vida y acciones de los sacerdotes que los ofrecían: él fue a la vez el sacrificio y el sacerdote que ofrecía el sacrificio. cada sacerdote es designado de entre los hombres. Jesús, aunque es Dios desde la eternidad, se hizo hombre a fin de sufrir la muerte y servir como nuestro Sumo Sacerdote (Hebreos2:9). Como hombre, Él estuvo sujeto a todas las debilidades y tentaciones que tenemos nosotros, para que pudiera identificarse personalmente con nosotros en nuestras luchas (Hebreos4:15). Jesús es más grande que cualquier otro sacerdote, por lo que es llamado nuestro “Gran Sumo Sacerdote” en Hebreos 4:14, y eso nos da la confianza para acercarnos “al trono de gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna.” (Hebreos4:16).
Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, intercede por nosotros. Como sacerdote y como rey, es mucho más superior al primer sumo sacerdote, Aarón, y todos los sacerdotes del viejo pacto. Pese a que vivió una vida sin pecado, conoce de nuestro sufrimiento y de nuestras tentaciones. entiende nuestras debilidades y tiene misericordia de nosotros. Es para nosotros un gran regalo que Cristo aparte de comprender nuestra humanidad, porque la vivió como nosotros (Hebreos4:15), también sea un ser divino, porque al ejercer su sacerdocio, puede unir estas características y presentar un mejor sacrificio a Dios. Su divinidad también le ha hecho eterno, así que su sacerdocio no acabará (Hebreos6:20; 7:17). Lo cual garantiza una perpetua salvación y purificación (Hebreos7:24-25) para todos los que estamos en él y para los que quieren acercarse a nuestro Dios, él nos puede ayudar para que estemos bien en la presencia del Padre. Su divinidad nos ayuda a tener seguridad y protección, ya que cualquier otro Sumo Sacerdote, al tener todas las necesidades físicas, no alcanzaba a cumplir con la plena santidad que Jehová le pedía (Levítico 21:10-15). Ya que por su naturaleza, esto era prácticamente imposible. (Hebreos7:26)
III. CRISTO COMO REY.
En el Antiguo Testamento el rey tenía la autoridad de gobernar sobre la nación de Israel. En el Nuevo Testamento, Jesús nació para ser rey de los judíos (Mt 2:2), pero rehusó los intentos de las personas para hacerle rey terrenal con poder terrenal militar y político Jn6: 15). Jesús respondió a Pilato: «Mi reino no es de este mundo.
Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo» jn 18: 36). Sin embargo, Jesús tiene un reino cuya llegada él anunció en su predicación (Mt 4: 17,23; 12: 28). Él es en realidad el verdadero rey del nuevo pueblo de Dios. Por eso no quiso reprender a sus discípulos cuando le aclamaban en su entrada triunfal a Jerusalén: «Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!» (Lc 19:38; cf. vv. 39-40; también Mt21: 5; Jn 1: 49; Hch 17: 7).
Si miramos retrospectivamente a la situación de Adán antes de la Caída, y más adelante a nuestro estatus futuro con Cristo en el cielo por toda la eternidad, podemos ver que estos papeles de profeta, sacerdote y rey tenían paralelismos en la experiencia que Dios pensó originalmente para el hombre, y se volverán a cumplir en nuestra vida en el cielo. En el huerto del Edén, Adán era un (profeta) en el sentido de que tenía verdadero conocimiento de Dios y que siempre habló verazmente acerca de Dios y de su creación. Era un «sacerdote)) en que era capaz de ofrecer libre y abiertamente oraciones y alabanzas a Dios. No había necesidad de sacrificios por el pago de los pecados, pero en otro sentido de sacrificio el trabajo de Adán y Eva hubiera sido una ofrenda a Dios de gratitud y acción de gracias, y hubiera sido un (sacrificio) de otra clase (He 13: 15). Adán y Eva serían también «reyes» en el sentido de tener dominio y autoridad sobre la creación (Gn 1: 26-28). Después de su resurrección, Jesús recibió del Padre mucha más autoridad sobre la iglesia y el universo. Dios lo resucitó de entre los muertos y «lo sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero. Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y dio como cabeza de todo a la iglesia» (Ef 1: 20-22; Mt 28: 18; 1ª Co 15: 25).
Esa autoridad sobre la iglesia y sobre el universo quedará completamente reconocida por las personas cuando Jesús regrese a la tierra en poder y gran gloria para reinar (Mt 26: 64; 2ª Ts 1: 7-10; Ap 19: 11-16). En aquel día será reconocido como «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19: 16) y toda rodilla se doblará ante él (Fil 2: 1O).
Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, trabajos y ambiente. Acepta a Cristo como Rey.