Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.”
1 Corintios 15:26
Notas de sermón:
Quiero empezar con las palabras del sermón de Charles Spurgeon en Londres en el año 1876. LA
MUERTE ES UN ENEMIGO. Nació como tal, al igual que Amán, era un enemigo de Israel por su
linaje. La muerte es un hijo de nuestro peor enemigo pues “el pecado, siendo consumado, da a luz
la muerte.” “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte.” Ahora bien,
lo que es claramente un fruto de la transgresión no puede ser otra cosa que un enemigo del
hombre. La muerte se introdujo en el mundo en aquel día sombrío que fue testigo de nuestra
caída, y aquel que tenía su poder es nuestro archienemigo y engañador, el demonio; por ambos
hechos debemos considerarlo como el manifiesto enemigo del hombre. La muerte es un intruso
en este mundo pues no entraba en el diseño original de la creación antes de la caída, pero su
intrusión desfigura y lo arruina todo. No es parte del redil del Grandioso Pastor, antes bien, es un
lobo que viene para matar y destruir. La muerte es llamada apropiadamente un enemigo pues
realiza la obra de un enemigo en contra nuestra. La muerte destroza esa hermosa obra de las
manos de Dios que es la estructura del cuerpo humano, tan maravillosamente realizada por los
dedos de la destreza divina. Arrojando este rico recamado en la tumba en medio de los ejércitos
de gusanos, Este edificio de nuestra humanidad es una casa hermosa a los ojos, pero la muerte, el
destructor, oscurece las ventanas, hace estremecer sus pilares, cierra las puertas de la calle y hace
disminuir el ruido del molino. La muerte Arrebata al amigo de nuestro lado y al hijo de nuestro
pecho y no le importa nuestro llanto. Ha caído quien fuera el sostén de la casa; ha sido arrebatada
la que fuera el brillo del hogar. El pequeñito es arrancado del pecho de su madre, aunque su
pérdida casi le rompa las fibras de su corazón; y la juventud floreciente es quitada del lado de su
padre sin importar que las más caras esperanzas sean aplastadas por ese medio. La muerte no
tiene ninguna piedad por los jóvenes y ninguna clemencia para con los ancianos; no tiene ninguna
consideración para los buenos ni para los gallardos. La muerte es tu enemigo, oh viuda, pues la luz
de tu vida ha partido, y el deseo de tus ojos ha sido arrebatado con un golpe.
I. LA MUERTE NO ES CASTIGO PARA LOS CREYENTES.
Pablo nos dice claramente que «ya no hay ninguna condenación para los que están
unidos a Cristo Jesús» (Ro 8: 1).
TODA LA PENA DE NUESTROS PECADOS YA HA SIDO PAGADA.
Por consiguiente, aunque sabemos que los creyentes mueren, no debemos ver la
muerte de los creyentes como castigo de parte de Dios o de alguna manera resultado
de una pena que se nos aplica por nuestros pecados.
Es cierto que la pena del pecado es muerte, pero esa pena ya no se aplica a nosotros;
no en términos de muerte física, ni en términos de muerte espiritual o separación de
Dios. Todo esto ha sido pagado por Cristo.
Por consiguiente, debe haber otra razón diferente del castigo por nuestros pecados
para poder entender por qué mueren los creyentes. La muerte, con todo lo que le
precede (sufrimientos, enfermedades, etc.) nos recuerda que este mundo no es
nuestra verdadera patria, y que no somos más que peregrinos (1 Pedro 2:11). Por ello,
nuestro corazón debe despegarse de lo terrenal. Cristo es quien da un verdadero
sentido a la muerte. Estamos pensando en que la muerte es como algo que viene a
destruir; imaginémonos, más bien, a Cristo que viene a salvar. Pensamos en la muerte
como en un final: pensemos mejor en una vida que comienza más abundantemente.
oigamos la voz de Cristo que nos dice: “¡Has llegado a Mí!”». Vencimos la muerte.
II.
LA MUERTE ES EL RESULTADO FINAL DE VIVIR EN UN MUNDO CAÍDO.
En su gran sabiduría de Dios decidió no aplicamos de una vez por todos los beneficios
de la obra redentora de Cristo. Más bien, ha escogido aplicamos los beneficios de la
salvación gradualmente con el tiempo (como hemos visto en los capítulos 33-40. De
modo similar, ha escogido no quitar todo el mal del mundo de inmediato, sino esperar
hasta el juicio final y el establecimiento del nuevo cielo y la nueva tierra (ver capítulos
56 y 57). En breve, todavía vivimos en un mundo caído y nuestra experiencia de la
salvación todavía es incompleta. El último aspecto del mundo caído que será quitado
será la muerte. Pablo dice:
Entonces Vendrá El Fin, Cuando Él Entregue El Reino A Dios El Padre, Luego De
Destruir Todo Dominio, Autoridad Y Poder. Porque Es Necesario Que Cristo Reine
Hasta Poner A Todos Sus Enemigos Debajo De Sus Pies. El Último Enemigo Que Será
Destruido Es La Muerte (1ª Co 15: 24-26).
Cuando Cristo vuelva: entonces se cumplirá lo que está escrito:
«La Muerte Ha Sido Devorada Por La Victoria.» «¿Dónde Está, Oh Muerte, Tu Victoria?
¿Dónde Está, Oh Muerte, Tu Aguijón?» (1ª Co 15: 54-55).
Pero hasta ese tiempo la muerte sigue siendo una realidad incluso en la vida de los
creyentes. Aunque la muerte no nos viene como pena por nuestros pecados
individuales (porque eso ha sido pagado por Cristo), sí nos viene como resultado de
vivir en un mundo caído, en donde los efectos del pecado no han sido quitados.
III. DIOS USA LA EXPERIENCIA DE LA MUERTE PARA COMPLETAR NUESTRA SANTIFICACIÓN.
En toda nuestra vida cristiana sabemos que nunca tendremos que pagar ninguna pena
por el pecado, porque eso fue llevado por Cristo totalmente (Ro 8:1). Por
consiguiente, cuando en efecto experimentamos dolor y sufrimiento en esta vida no
debemos pensar que se debe a que Dios está castigándonos (para hacemos daño).
A veces el sufrimiento es simplemente resultado de vivir en un mundo de pecado,
caído, y a veces se debe a que Dios está disciplinándonos (para nuestro bien), pero en
todo caso se nos asegura en Romanos 8: 28 que «Dios dispone todas las cosas para el
bien de quienes lo aman, y los que han sido llamados de acuerdo con su propósito».
Jesús fue perfeccionado «mediante el sufrimiento» (Heb 2: 10). Por consiguiente,
debemos ver toda la adversidad y sufrimiento que nos viene en la vida como algo que
Dios nos envía para hacernos bien fortaleciendo nuestra confianza en él y nuestra
obediencia, y en última instancia para aumentar nuestra capacidad de glorificarle.
Consecuentemente, debemos ver el envejecimiento, la debilidad, y a veces la
enfermedad que lleva a la muerte, como otra clase de disciplina que Dios nos permite
atravesar a fin de que por este proceso nuestra santificación pueda ser aumentada y
en última instancia completada cuando vayamos a estar en la presencia del Señor. El
reto que Jesús le da a la iglesia de Esmirna podría en realidad ser dado a todo
creyente: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Ap 2: 10).
JESUCRISTO ha destruido el poder del pecado y de la muerte sobre nosotros, al dar Su
Vida en SACRIFICIO por nuestros pecados, y así el SEÑOR ha RECONCILIADO al ser
humano con DIOS. (Juan 5:24) «Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y
cree al que me envió, tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la
muerte a la vida.» El poder de la muerte ha sido destruido gracias a nuestro SEÑOR
JESUCRISTO. Le invito a que acepte a Cristo Jesús como su Salvador personal, la
palabra de Dios dice “Que si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu
corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9)
En Apocalipsis 3:20 Jesús dice “‘He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi
voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo.” Ven a Jesús ahora.