Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.»
Juan 14:13-14
Notas de sermón:
El Señor quiere mantener una relación personal con cada uno de nosotros. Quiere que esta
relación constituya el aspecto más profundo, trascendental, satisfactorio y gratificante de nuestra
vida. Hay quienes piensan que el Señor está muy ocupado en otras cosas para preocuparse por
ellos y sus problemas, y que los inconvenientes terrenales carecen de importancia para El. Hay
algunos que se consideran indignos. Otros se sienten culpables o avergonzados de ciertos actos
que han cometido.
La oración es comunicación personal con Dios.
Esta definición es muy amplia. Lo que podemos llamar «oración» incluye oraciones de petición por
nosotros mismos y por otros (a veces llamadas oraciones de petición o intercesión), confesión de
pecado, adoración, alabanza y acción de gracias, y también comunicaciones de Dios para
indicarnos su respuesta.
I. . ¿POR QUÉ DIOS QUIERE QUE OREMOS?
La buena comunicación fortalece la amistad. Dios nos invita a hablar con él para que seamos sus
amigos. A medida que hablemos con Dios, nos acercaremos a él, “y él se acercará” a nosotros
(Santiago 4:8). “Jehová está cerca de todos los que lo invocan” (Salmo 145:18). Cuanto más le
oremos, más estrecha será nuestra amistad con él.
La oración no está hecha para que Dios pueda enterarse de lo que necesitamos, Porque Jesús nos
dice: «Su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan» (Mt 6: 8). Dios quiere que
oremos porque la oración expresa nuestra confianza en Dios y es un medio por el cual nuestra
confianza en él puede aumentar.
De hecho, tal vez el énfasis primordial de la enseñanza de la Biblia sobre la oración es que
debemos orar con fe, lo que quiere decir confianza o dependencia en Dios.
Dios, como nuestro Creador, se deleita en que confiemos en él cómo sus criaturas, porque una
actitud de dependencia es la más apropiada para las relaciones entre el Creador y la criatura. Orar
en humilde dependencia también indica que estamos genuinamente convencidos de la sabiduría,
amor, bondad y poder de Dios, y ciertamente de todos los atributos que forman su excelente
carácter.
Cuando oramos verdaderamente, como personas, en la totalidad de nuestro carácter, nos
relacionamos a Dios como persona, en la totalidad de su carácter. Por tanto, todo lo que
pensamos o sentimos en cuanto a Dios se vuelve expresión en nuestra oración. Es solo natural que
Dios se deleite en tal actividad y ponga tanto énfasis en ella en su relación con nosotros. La Biblia
muchas veces enfatiza la necesidad que tenemos de confiar en Dios al orar. Las primeras palabras
del Padre Nuestro: «Padre nuestro que estás en el cielo» (Mt 6: 9), reconocen nuestra
dependencia en Dios como Padre amante y sabio, y también reconoce que él lo gobierna todo
desde su trono celestial.
Por ejemplo, Jesús compara nuestra oración con un hijo que pide a su padre un pescado o un
huevo (Lc 11: 9-12) y luego concluye: «Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas
a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!» (Lc 11:13).
Así como los hijos esperan que sus padres provean para ellos, Dios espera que miremos a él en
oración.
II. LA EFICACIA DE LA ORACIÓN
¿Cómo funciona la oración? ¿Acaso la oración no solamente nos hace bien, sino que
también afecta a Dios y al mundo?
LA ORACIÓN CAMBIA LA MANERA EN QUE DIOS ACTÚA.
Santiago nos dice: «No tienen, porque no piden» (Stg 4: 2). Él implica que el no pedir
nos priva de lo que Dios nos daría si lo hacemos. Oramos, y Dios responde. Jesús
también dice: «Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá la
puerta. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le
abre» (Lc 11: 9-10). Jesús hace una conexión clara entre buscar cosas de Dios y
recibirlas. Cuando pedimos, Dios responde.
Vemos cómo esto sucede muchas veces en el Antiguo Testamento. El Señor le declara
a Moisés que va a destruir al pueblo de Israel por su pecado (Éx 32: 9-10): «Moisés
intentó apaciguar al Señor su Dios, y le suplicó: «Señor, ¡Calma ya tu enojo! ¡Aplácate y
no traigas sobre tu pueblo esa desgracia!»» (Éx 32: 11-12). Después leemos: «Entonces
el Señor se calmó y desistió de hacerle a su pueblo el daño que le había sentenciado»
(Éx 32: 14).
Cuando Dios amenaza con castigar a su pueblo por su pecado declara: «Si mi pueblo,
que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo
escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra» (2ª Cr 7: 14).
Cuando el pueblo de Dios ora (con humildad y arrepentimiento), entonces él oye y
perdona. Las oraciones de su pueblo claramente afectan cómo actúa Dios. De modo
similar, «si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y
nos limpiará de toda maldad» (1ª Jn 1:9). Nosotros confesamos, y entonces él perdona.
III. LA ORACIÓN EFICAZ ES POSIBLE GRACIAS A NUESTRO MEDIADOR, JESUCRISTO.
Debido a que somos pecadores y Dios es santo, no tenemos derecho a entrar a su
presencia.
Necesitamos un mediador que intervenga entre nosotros y Dios, y que nos lleve a la
presencia de Dios. La Biblia enseña claramente: «Porque hay un solo Dios y un solo
mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1ª Ti 2: 5).
Pero si Jesús es el único mediador entre Dios y el hombre, ¿oye Dios las oraciones de
los que no confian en Jesús? La respuesta depende de lo que queremos decir por
«oye». Puesto que Dios es omnisciente, él siempre «oye» en el sentido de que tiene
conocimiento de las oraciones que hacen los inconversos que no acuden a él a través
de Cristo. Dios puede incluso, de tiempo en tiempo, contestar sus oraciones debido a
su misericordia yen un deseo de llevarlos a la salvación en Cristo. Sin embargo, en
ninguna parte Dios ha prometido responder a las oraciones de los que no creen.
Las únicas oraciones que ha prometido «oír» en el sentido de escuchar con un oído
compasivo y responderlas cuando son hechas conforme a su voluntad, son las
oraciones que los cristianos elevan a través del único mediador: Jesucristo (Jn 14: 6).
Entonces, ¿qué de los creyentes del Antiguo Testamento? ¿Cómo pudieron ellos
acudir a Dios a través de Jesús el mediador? La respuesta es que la obra de Jesús como
nuestro mediador estaba, prefigurada en el sistema de sacrificios y ofrendas que los
sacerdotes hacían en el templo (Heb 7: 23-28; 8: 1-6; 9: 1-14; et al.). No había ningún
mérito salvador inherente en ese sistema de sacrificios (Heb 10: 1-4); sin embargo,
mediante el sistema de sacrificios Dios aceptaba a los creyentes en base a la obra
futura de Cristo que estaba prefigurada por ese sistema (Ro 3: 23-26).
La actividad de Jesús como mediador se ve especialmente en su obra como sacerdote:
él es nuestro «gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos», que «ha sido
tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado» (Heb 4: 14-
15). Dios exige, busca y pide nuestra adoración ya que Él la merece, porque la
naturaleza de un cristiano es el adorarlo y nuestro destino eterno depende de
ello. Hoy es el tiempo de salvación. Acepte a Cristo Jesús como su Salvador personal y su sangre preciosa le dará la Vida Eterna.